Por Pablo García Camarero. (Artículo publicado en Harper’s Bazar en noviembre de 1999)
Tras flotar en soledad durante una hora sobre 30 centímetros de agua con sales minerales disueltas, tu cuerpo no volverá a ser el mismo y se abrirá la posibilidad de alcanzar estados psíquicos que ni siquiera imaginas.
Los habitáculos de flotación o flotarios no son ciencia ficción. Quien ha decidido alejarse del mundo durante un rato cruzará pasillos que parecen escuchar los pensamientos, y cuando su habitáculo esté listo, entrará a un cuarto de baño normal donde se encuentra su flotario. “Buen viaje”, se le desea al flotante… y queda solo. Un duchazo rápido, tapones de cera en las orejas y el cuerpo desnudo se introduce en el flotario.
El agua, en la que se han disuelto 300 kilos de sulfato de magnesio, es tan densa que uno flota sobre ella como un corcho. La ausencia total de sonidos y luz en el interior sería impensable en situaciones de la vida cotidiana. Y más, el agua y el aire se mantienen a una temperatura constante, la misma que la de la superficie de la piel, de modo que se pierde toda sensación de tacto, presión, limite o fricción en el cuerpo.
Suena bien en teoría. Pero… ¿y si alguien teme a la oscuridad o al encerramiento? ¿El agua está limpia? ¿Y si me aterra perder el control allá adentro? No hay porque preocuparse, tú controlas la situación en todo momento. Para empezar, el cliente mismo abre y cierra la puerta a voluntad. Un interruptor en el interior enciende una tenue luz acompañante en un espacio. No hay corrientes eléctricas en contacto con el agua, así que olvídate del riesgo de electrocución. Y sí, claro que se mantiene la higiene: después de cada flotación la totalidad del agua se filtra hasta 3 veces.
Una vez superados estos temores, uno puede entregarse a esta experiencia indescriptible de no sentir nada. Pero, ¿se puede realmente no sentir nada? Este efecto increíble tiene que ver con el hecho de que la flotación también desactiva la presión de la gravedad. John Lilly, el neurofisiólogo inventor de la primera cabina en los años 50 (y toda una autoridad en el estudio cerebral de los cetáceos y la comunicación entre humanos y delfines), lo expresa así: “Averiguar dónde está la gravedad y en qué dirección, y calcular cómo te puedes mover sin caerte te lleva cerca del 90% de tu actividad neurológica. Cuando flotas, te liberas de esos cálculos, de modo que te encuentras con una gran pieza de maquinaria libre para otros fines”.
Si la persona flotante logra la inmovilidad total, es posible alcanzar la inaudita sensación de no tener cuerpo. “Es como flotar entre la Luna y la Tierra”, según Lilly, “sin experimentar ninguna atracción en tu cuerpo. Si te mueves, sabes dónde estás; si no, tu entorno desaparece y tu cuerpo también desaparece.”
Dejando aparte los actos que, de no vivirlos, parecerían magia, existen evidencias científicas que indican que la flotación desencadena automáticamente una respuesta de relajación profunda. Primero, los músculos que flotan se vuelven flexibles y elásticos, se extienden naturalmente como flores de papel de china en el agua. Con el paso de los minutos sobreviene una reducción del ritmo cardíaco y de la presión sanguínea, un menor consumo de oxígeno y de compuestos bioquímicos relacionados con el estrés, y mayor secreción de endorfinas (las sustancias que llenan el cuerpo de una sensación de bienestar, placer, claridad mental y ausencia de dolor).
Sin duda, los efectos más poderosos producidos por la flotación se dan en el interior infinito del cerebro. Según estudios, los flotarios son el medio ideal para bajar de frecuencia las ondas cerebrales hasta alcanzar el intrigante nivel theta, un estado en el que la mente está a medio camino entre el inconsciente y el consciente, y que se caracteriza por la experimentación de imágenes intensas, imprevisibles, recuerdos espontáneos y momentos eureka, ese instante en que se presentan, como respuestas del cielo, ideas creativas.
Más allá de las mediciones científicas están las revelaciones de los que han escogido al flotario como un medio para la “investigación” del alma propia. El flotario es un lugar de tratamiento del alma a través del agua, un remanso libre y seguro para la investigación personal.
Un usuario relata su propia experiencia: “Cuando la persona flota con cierta frecuencia (por lo menos dos veces al mes), se distancia de los problemas inconscientemente. Además, dormir en la cabina es maravilloso. Es un sueño uterino. Definitivamente es la cama del futuro”. Otro cliente también lo tiene muy claro: “Yo he nacido dos veces, en el vientre de mi madre y en el habitáculo de flotación”.
En cierto sentido, las técnicas de meditación, yoga, psicoanálisis o hipnosis buscan regresar en lo posible al Nirvana original del vientre materno. En el flotario, donde no hay hacia dónde dirigirse más que hacia uno mismo, el flotante se reencuentra con ese paraíso perdido.